
El testimonio de una persona puede transformar vidas. Cuando compartimos lo que Dios ha hecho en nosotros, glorificamos Su nombre y sembramos fe en otros. Un ejemplo poderoso de esto es la historia de la mujer con flujo de sangre. Su fe y su testimonio no solo le trajeron sanidad, sino que también inspiraron a muchos más a buscar el toque de Jesús.
La mujer con flujo de sangre: Fe que Rompe Barreras.
Hacía doce años que esta mujer sufría una enfermedad que la debilitaba física, emocional y socialmente. Había gastado todo lo que tenía buscando una cura, pero nada le había funcionado. Sin embargo, en su mente y corazón decía: “Si tan solo tocare el borde de su manto, seré sana” (Mateo 9:21, RV1960). Esta pequeña chispa de fe fue suficiente para encender su esperanza.
Ella no debía estar allí debido a las normas de su tiempo, pero empujó a quienes le estorbaban para acercarse a Jesús. Finalmente, tocó el borde de Su manto, y al instante fue sana. Jesús, sintiendo que poder había salido de él, se detuvo y preguntó: “¿Quién me ha tocado?”. Aunque muchos lo tocaban, no todos recibieron algo, porque no todos tocaban con fe.
Jesús no quería exhibirla, sino que deseaba que testificara. Algo poderoso sucede cuando testificamos: las personas ven la Palabra de Dios aplicada en una vida real. Este acto de compartir lo que Dios ha hecho inspira a otros a creer. La Biblia dice que después de este evento, muchos rogaban a Jesús que les dejara tocar por lo menos el borde de su manto, y todos los que lo hacían con fe eran sanados (Mateo 14:36).
El acto profético marca tu historia.
El acto de la mujer no fue solo de fe, sino también profético. En la Biblia, encontramos otros ejemplos de actos proféticos que desataron milagros: Moisés golpeando las aguas con su vara, Naamán sumergiéndose siete veces en el Jordán, o el pueblo de Israel dando vueltas alrededor de Jericó. Estos actos no son doctrinas, pero muestran que Dios honra la obediencia y la fe expresada en acción, por eso quedaron registrados para testimonio.
Lo que Dios hizo en la vida de esta mujer provocó que otros imitaran su fe y experimentaran también el poder de Dios. Como dice Daniel 4:2: “Conviene que yo declare las señales y milagros que el Dios Altísimo ha hecho conmigo”. Nabucodonosor testificó cómo Dios lo restauró, y su historia sigue siendo un testimonio vivo del poder de Dios.
Anunciemos las maravillas de Dios.
Cada milagro y cada intervención divina son oportunidades para testificar. La gente debe saber lo que Dios ha hecho en nosotros, porque la fe viene por el oír. Tu testimonio podría ser la chispa que otros necesitan para acercarse a Jesús y recibir Su toque.
Si Dios ha hecho algo en tu vida, ¡cuéntalo! Anunciemos las maravillas de Dios y glorifiquemos Su nombre. Comenta abajo o comparte esta reflexión con otros. Que tu historia inspire a muchos a creer y a experimentar el poder transformador de Dios. ¡Dios sigue obrando hoy!
Espero que este post haya sido de bendición para tu vida. Cuéntanos tus testimonios en los comentarios.
Nos leemos en el siguiente post.
MIL BENDICIONES A TODOS.
1 comentarios
Gracias por el tiempo dedicado para enseñar. Dios les bendiga.
ResponderBorrarNo te vayas sin dejarme tus comentarios. Quiero saber más de ti.